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120 pulsaciones por minuto de Robin Campillo

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Cuenta la leyenda que en el pasado Festival de Cine de Cannes, el entonces presidente del jurado Pedro Almodovar, se emocionó hasta las lagrimas con 120 pulsaciones por minuto, lo que le valió el Gran Premio del Jurado (segundo en importancia tras la Palma de Oro que recayó en la más radical The Square). Y es que no sorprenderia que esas lagrimas fueran verdaderas, pues esta película francesa logra emocionarnos con una historia fuerte, enmarcada en la lucha de la agrupación Act Up Paris por lograr una mayor visibilidad y derechos para los enfermos de HIV en los inicios de la pandemia que marcó al mundo.

 

120 pulsaciones por minuto utiliza dos registros narrativos claramente diferenciados para contarnos casi dos historias separadas en paralelo: por un lado el documental para retratar las reuniones y actos públicos de la organización militante y por otro un tono bastante más ficcional para sumergirnos en la historia de amor de dos de los militantes, el argentino Nahuel Pérez Biscayart y el fránces Arnaud Valois. Estos registros se cruzan durante las más de dos horas con dos partes también perfectamente delimitadas. En la primer parte es la agrupación Act Up la protagonista, con planos largos, discursos fuertes, gran cantidad de datos e información sobre una enfermedad que a la fecha de crónica que se ha vuelto, hay veces que parece invisible, o lo que es peor, inexistente. En la segunda parte esta documentalidad casi llega a desaparecer para sumergirnos en la relación entre sus dos principales protagonistas, con el clasicismo del conocido chica/o conoce chica/o hasta la consolidación de la relación a la par del avance de la enfermedad.

Lejos del golpe bajo y más anclada a la razón que a la pasión, 120 BPM puede tornarse a veces fría, aunque siempre corrosiva, y algo distanciada de la fuerza que podría transmitir en las manos de un realizador más manipulador. Sin embargo Robin Campillo huye con éxito de estas tentaciones al mismo tiempo que no deja de jugarse con decisiones arriesgadas, con la mejor escena de “paja” filmada – por lo menos que yo recuerde – en cine, escena que vale de ejemplo para demostrar lo que puede hacer el exceso, cuando por ser poco, es útil. Esta sola escena explota una fuerza emocional contenida durante toda la película, y en tan solo un par de minutos nos regala un momento inolvidable.

 

120 pulsaciones por minuto no fue elegida como una de las cinco películas que aspiran al Oscar como mejor película de habla inglesa en la próxima edición de los premios americanos, es mas, no paso ni siquiera el corte de las nueve que se hace un par de semanas antes de la nominación. Aún me falta por ver varias de las películas que si quedaron nominadas pero dudo que tengan la fuerza, la valentía y la importancia de esta pequeña joya. Esto nos demuestra que a veces los premios se equivocan, como se equivocan las personas, y que a veces el tiempo es el único que puede poner en perspectiva la importancia de una obra de arte, de una película, de una relación, de una enfermedad.

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