
Una de las películas que más me gusto este año fue Sing Street. Seguro estará en mi top 10 de lo mejor del año, y pueden leer el por qué en la crítica que escribí hace unos meses cuando se subió a Netflix. Y por qué empezar a hablar de Sing Street en la crítica de otra película? Porque hay ciertos temas y universos que comparten. Si bien una está ambientada en Dublín durante los ochenta, mientras la otra en la campiña francesa en la actualidad, ambas hablan del coming of age de adolescentes durante el último año del bachillerato.
Mientras al protagonista de Sing Street es el amor por la música lo que lo ayuda a acercarse al primer amor, y hacerlo menos duro y más soportable, apoyado en esa fantástica banda de rock que arma con un puñado de adorables perdedores, dándole un tono musical y de comedia a la historia, en Being 17 tal redención no existe. O no existe como tal. Aquí los protagonistas no solo tienen que atravesar el descubrimiento sexual y el volverse adultos en soledad, sino en aquella soledad de descubrir que el deseo que sienten es prohibido. Y es aquí cuando la diferencia de tono, en similar tema, hace que nos enfrentemos a un melodrama más cercano a una película de Almodovar, pero sin el humor que hace a las películas de manchego más simpáticas, que a un musical ambientado en los revival ochenta.
Este melodrama, que solo respira por el personaje de la madre de uno de los dos jóvenes protagonistas, juega sus cartas sin esconderlas. En un principio nos muestra esas diferencias que se esconden en la profundidad entre Damien, nene bien de familia de clase media alta, con buenas calificaciones y un futuro prometedor, y Thomas, un joven solitario de familia trabajadora y sin demasiadas luces para el estudio. Diferencias que la película nos enseña a cuestionar porque acá nada es tan como se muestra en un principio.
En la escena inicial un grupo de alumnos en una clase de gimnasia tiene que elegir a los miembros de un equipo de básquet, y Damien y Thomas (el nuevo de la clase) quedan para lo último, en lo que es una perfecta presentación de personajes. Los dos son los excluidos, por diversas razones, pero los dos son distintos. Y en estas diferencias, entre ellos más que con el resto de sus compañeros, es en los que Being 17 se demora durante la primera mitad de la película. Ellos no se soportan, como muchas veces no se soportan los iguales entre los distintos. Y es en la construcción de este odio, de esta distancia, de este sentirse tan parecidos que genera bronca, donde encontramos un universo atípico para películas que hablan del nacimiento de la amistad y del amor.
Como Sing Street, habla de valores como la familia, la amistad, el amor. Como Sing Street, habla del ser los excluidos, los distintos, y de su búsqueda de personalidad. Pero Being 17 se distancia, y a veces se encierra, en esa dificultad que tienen aquellos que conocen que ese ser distintos está condenado por la sociedad. Por momentos aleccionadora, y con un par de golpes bajos, Being 17 no deja de ser una película necesaria. No se encuentra en Netflix, y seguramente no se estrenará en salas comerciales, pero se consigue. Hagan el trabajo y véanla, este humilde servidor se los recomienda.