
En un pueblo al norte de Italia, Elio y sus padres suelen pasar el verano. Su padre, profesor de arqueología, acostumbra a invitar a un estudiante para prácticas y para que lo ayude a avanzar en sus investigaciones. Oliver nunca imaginó el hallazgo en su viaje.
Totalmente al margen de los contextos históricos, despojado de prohibiciones agotadas en la temática, y en un contacto íntimo con el género, el director italiano Luca Guadagnino nos regala una reformulación del romance entre dos seres especiales en su simplicidad, y complejos en la superficie.
Elio (17) es tenaz y delicado, como un músico introvertido. Oliver (24) es sofisticado y descontracturado, como un bailarín sin técnica. El encuentro entre ellos no puede ser más que una implosión de sensaciones agridulces, livianas y densas, que redefinen la iniciativa por la búsqueda del deseo, lo íntimo y lo permitido.
Es muy difícil hablar de uno de los films que más fanatizado me tienen desde que lo ví y el que se convirtió en mi nuevo film favorito (luego de C.R.A.Z.Y. de Jean Marc Vallé). Pero el temblor de sentidos que provocó Call Me By Your Name fue lo más emocionante, nostálgico y grisáceo que me pasó en años.
CMBYN habla de Elio como un intérprete de la exploración y de Oliver como la representación del descubrimiento. Ninguno de los dos pensó en las fronteras que iban a cruzar en bicicleta, saboreando los acotados y mezquinos momentos con los que enroscaron sus palabras, y bailando sobre diferentes superficies y profundidades, montañosas y acuáticas. Mucho menos podían imaginar que una familia de políglotas sentimentaloides podía ser cómplice de tal hazaña.
CMBYN es una imagen o imaginería llena de texturas, bordes y relieves, y al mismo tiempo delicada y robusta en lo dramático. Creo nunca haber visto una confesión entre dos personajes en un momento en que se alejan físicamente pero se acercan al punto de tocarse con las palabras.
El vínculo poético entre Elio y Oliver, el manejo de sus límites y de sus barreras, la osadía de sumergirse en un mar poco profundo de posibilidades, y el destino filoso que aún no descubren, es sólo una de las miles de formas distintas de percibir una historia rica en cada uno de los segundos en los que nos entregamos al relato de Guadagnino.
El italiano usa un punto de fuga para representar una sensación de distancia ligera y de perdición sentimental, algo que quizás se animó a reinterpretar y retratar, a la perfección retomando al autor de la novela, André Aciman. Y ese punto en el que se alejan y se encuentran, ese punto en el que mientras más se tocan más se sienten, sólo Timothée Chalamet y Armie Hammer podían encarnarlo y dejar el alma en sus personajes.
Guadagnino se balancea en una soga muy delgada cuidándose de no caer de lleno en el relato del amor correspondido ni en el del amor sin destino. Su intención es simplemente hablar de un amor verdadero, sentido, miedoso, complejo en su naturaleza pero sencillo en su razón de ser.
Sobre el padre, y sobre los padres
Hay padres que entienden, y padres que no. Hay padres que hablan mucho, otros que hablan poco. Padres compañeros, padres amigos, padres autoritarios. Pero padre que se robe la mirada enamorada de un adolescente de 17 años, que se robe un oído hambriento de consejos y experiencias, y un corazón hecho pedazos, hay uno sólo. Uno sólo que cuando cree que nos está hablando de más, lo único que queremos hacer es seguir escuchándolo.
Y es Elio el hijo dichoso. Elio, y su padre el profesor Perlman, son los responsables de uno de los momentos paternales más tiernos que nos puede llegar a sorprender en los últimos tiempos. Esos momentos místicos y cargados de emociones que se suman a la lista – o al menos a la mia – de los mejores momentos paternales (como en C.R.A.Z.Y. entre Zach y su padre, como en Juste la fin du monde entre Louis y su madre, o como en Anche libero va bene entre Tommi y Renato).
Cuando pensamos que habíamos visto un film hermoso, esa escena, que estuvo a punto de ser eliminada, se quedó para “coronar” a esa familia, a ese romance, y para darle sentido a ese contexto familiar idílico y soñado por miles. Una atmósfera creada totalmente desde el lugar del sentimiento y descartando todo tipo de maltrato hacia el amor como concepto. Pareciera que estoy hablando de un culebrón pero estoy hablando de un film chiquito y sencillo.
Luca Guadagnino
En una entrevista con IndieWire, Luca Guadagnino cuenta que no buscó a la pareja sino que los buscó individualmente, y que a la hora de filmar, se liberó de los guiones, para que el actor use su arte pero no en defensa, sino que use su arte para SER el personaje. Guadagnino dice que cuando un actor sólo actúa, se siente algo pornográfico. “Simplemente no soporto la falsedad”.
El italiano es perfecto imaginando y visualizando las cosas tal como quiere que sean -no tan sólo que se muestren, sino que sean-, y es perfecto en su comunicación con los actores, no tan sólo porque ellos entienden hacia dónde los estuvo guiando al momento de interpretar, sino porque ellos con su arte lograron transmitirnos eso en el sentido más tridimensional de la palabra.
¿Pero qué significa todo esto sin hablar de una de las escenas de amor propio más atrevidas y minúsculas que tiene el cine de hoy? Esa escena es la resignificación de la virginidad en su máxima expresión, de la pérdida de virginidad, y de la conexión entre la sexualidad y la virginidad. Todo esto se dijo con un durazno en el fuera de campo. Entonces, ¿de quién hablamos cuando hablamos de imaginación? Sin lugar a dudas, de Guadagnino.
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