
Si una película puede ser feliz y melancólica al mismo tiempo, merece mucha atención. Pero si además de eso puede mostrar un romance como nunca antes se haya mostrado, y con personajes de un registro totalmente desconocido, estamos ante un caso que roza la genialidad.
David Lowery habla en A Ghost Story de un duelo, de cómo somos cuando somos, y de cómo somos donde estamos. Habla de cuándo somos. Habla de cómo somos. Pero para empezar a reformular un poco y ser más específico, Lowery no habla de nosotros, sino de alguien que es un nadie, pero que indudablemente ES.
Y la genialidad es cuando Lowery habla de todo esto sin hablar y sin decir. Construye un personaje que no es, lo caracteriza totalmente despojado de expresión, de líneas de diálogo, casi con nulos movimientos, sin maquillaje que refleje el paso del tiempo.
Cuando un director puede representar la opresión del tiempo EN el espacio, y viceversa, cuando puede encarnar la desesperación, cuando puede registrar qué somos cuando ya no somos o cuando somos otra cosa, cuando puede figurar una relación sentimental de un nadie con el tiempo y el lugar, y cuando se anima a traspasar las dimensiones para resignificar el duelo, ¿no creen que estamos ante un caso de genialidad?
Rooney Mara siendo otra vez perfecta poniendo el cuerpo en la tibieza, Casey Affleck otra vez perfecto con su barba desordenada y el pelo mal atado – ambos dotados con una frialdad sumamente expresiva -, la tercera parte del trinomio que es un NADIE y su pesar, y un romántico del lenguaje visual como Lowery, son los ingredientes de este plato que se llama A Ghost Story, la historia de un fantasma, uno cualquiera, un plato que se puede comer tanto lentamente como vorazmente.
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