
Hoy vi La Ciénaga. El primer largometraje de Lucrecia Martel, filmado en 1999, ambientada en una crisis que todavía no estallaba, en plena transición política, y con una incipiente corriente del hasta hoy llamado “Nuevo Cine Argentino”. Comenzó el rodaje luego de volver a casa con el logro de haber ganado el concurso de guión y conseguir financiación en el hoy prestigioso festival de cine de Sundance en 1997.
La Ciénaga marcó la llegada a la pantalla grande de una nueva autora, que dotó de diversidad al cine del momento, pero no tan sólo diversidad de género sino también diversidad narrativa. Las mujeres hace 20 años atrás, escaseaban en el detrás de cámara, al menos en el rol de la dirección, y solían estar delante de ella. Martel junto a muchas otras (pocas en relación a la cantidad de hombres) vino para decir que por ser mujeres, no tenían que cumplir con patrones trillados a la hora de contar historias, sino que podían hacerlo libremente, allanando nuevos caminos, y hasta podían hacer escuela de eso.
La Ciénaga es una ciudad en Salta, en donde viven Tali (Mercedes Morán) y su familia. A varios kilómetros se encuentra la finca La Mandrágora, donde viven Mecha (Graciela Borges), prima de Tali, y su familia. Mecha era del costado pudiente de la familia, pero también el más complejo: era alcohólica y estaba casada con Gregorio, un marido también alcohólico y uno de los motores de la decadencia de Mecha. El hijo más grande de Mecha, vivía en Buenos Aires, y estaba en pareja con otra Mercedes, que antiguamente fue amante de su padre Gregorio. Tali y Mecha recuerdan a Mercedes como la que “tiene buen ojo para los inútiles” según Mecha. Las 3 habían sido compañeras en la universidad en su juventud.
En una época húmeda para la provincia, y con un retrato del abandono casi perfecto, se levanta un film que replica los modismos provincianos, el calor sofocante, y el rol de la caja boba en los hogares, como tal vez nunca se había hecho antes. Hay que destacar que filmar en el interior hace casi 20 años atrás, era no tan sólo algo inusual sino un verdadero desafío. Previamente se podían ver films con historias enmarcadas en el interior del país pero mayoritariamente con escenografías replicadas en Buenos Aires.
El carnaval como lugar de encuentro, la expectativa frente a las apariciones de una virgen en un tanque de agua, los teléfonos y los pimientos, son el contexto y cotexto de un relato de erotismo, incesto y decadencia familiar. La forma en la que Martel dota de sexualidad a los adolescentes, o cuando representa la obsesión con personalidades vacías, o la servidumbre casi esclava, construyen a La Ciénaga como el film más osado y desafiante de los niveles éticos de tolerancia del espectador frente a eso que de otra manera, omitíamos, y omitimos a veces actualmente.
Luego de ver el resto de su filmografía, podemos rever en La Ciénaga la técnica perfecta para musicalizar con silencios o sonidos casi accidentales (como el stereo, el auto, la fiesta), la forma en la que con una economía de la luz construye escenarios profundos y sobrecargados de carácter, y lo que se transformó en un sello en la directora que es contar cosas – a veces mucho más de lo que se debería – con el fuera del campo visual del espectador. En definitiva, Martel es la excelencia contando historias con un lenguaje económico, visual, y no verbal.
Según la productora Lita Stantic, otro de los motores del proyecto, “La Ciénaga, como Mundo grúa, o Pizza, birra, faso, son películas que la generación anterior no podría haber hecho”. Porque después de los directores que hoy están arriba de los 60, no hubo otra generación de directores. “Sí gente que hizo obra, pero no una generación. Esta película es sorprendente precisamente porque marca una ruptura respecto de esa última generación de directores. Si uno busca referentes en el cine argentino para esta película, no los encuentra.”
HOY VI La – siempre vigente – Ciénaga, mañana les cuento otra.