
Simon Spier (Nick Robinson) es un adolescente de 17 años que vive en un mundo casi idílico: una familia cuasi perfecta, una escuela en donde participa de los partidos y los alienta, y un grupo de 3 amigos que no podrían ser mejores. Para el último año de preparatoria ya tiene su auto y puede pasar a buscar a sus amigos y compartir con ellos el café frío que les gusta, y charlar de lo que soñaron la noche anterior con café en la mano.
Todo parece perfecto hasta que decide ponerse en contacto con alguien de incógnita llamado Blue, luego de que éste reveló recientemente ser gay en el blog escolar más leído. Comienza una historia de idas y vueltas donde Simon se hace llamar Jaques y termina involucrándose sentimentalmente con Blue. Juega a tratar de descubrirlo poniéndole distintas caras a ese nombre. Hasta que el torpe y tonto Martin, otro de los compañeros que no es de su grupo más cercano, se encuentra con el mail abierto de “Jaques” que estaba usando Simon, y decide chantajearlo. Nadie sabe que Simon es gay, excepto Martin.
Comenzamos a ver cómo Simon se ve atrapado en distintas encrucijadas, tanto por la extorsión, como por el misterio de quién es Blue. Y si a esto le sumamos las distintas incógnitas que se generan en él sobre salir del clóset con la familia, en la escuela, y situaciones hipotéticas en la universidad, vemos como Simon se ve obligado a tomar ciertos caminos y decisiones.
Simon se encarga siempre de hacernos cómplices de sus secretos y de sus cuestionamientos internos, aun cuando celebramos sus decisiones o condenamos sus desaciertos. Y todo el film goza de ese recurso tan simple como explícito para hacernos empatizar con él, incluso con Jaques.
“Yo Soy Simon” (como se tituló en Latinoamérica) construye un coming of age que no recurre a los golpes bajos, y en lugar de eso trata de alivianarnos con una historia sin giros melodramáticos y más cercana a nuestros días, a nuestra posible actualidad y a una tentativa realidad norteamericana. No hay una angustia profunda ni una tragedia homosexual sobreactuada, eso es algo que se agradece, y a eso me refiero con la idea de “alivianar”, ya que en definitiva – y OJALÁ – la realidad de muchos adolescentes hoy va a ser más parecida a la de Simon que a la de otros personajes de las ficciones de la temática.
Y en cuanto a momentos de humor, que encontramos en el film en la dosis justa, nunca estuvo tan bien representada la salida del clóset de un heterosexual, algo que ansiábamos, y verlo representado por intérpretes con un buen sentido de la comedia fue tan cómico como lamentablemente bizarro.
La película – y según muchas personas también el libro, titulado I, Simon, Homo Sapines, de Becky Albertalli – trata, de una forma menos a la defensiva y mucho más relajada, de charlar de ciertos temas relativos al amor, a la homosexualidad, y a las relaciones amistosas y fraternales, de una manera cálida, llevadera, y amena, y hasta cursi, pero nunca sosa ni ultra-edulcorada.
Simon no se rechaza como gay, él es consciente y feliz, pero con un cúmulo de miedo a los estigmas y con grandes inseguridades sobre su entorno. Ésta es la otra campana: ya tuvimos muchas historias sobre auto-reclusión, abusos, violencia, discriminación, y todo lo que esos dramas traen envuelto dentro. Y esos no están mal, ni están de más. Pero no teníamos una historia que antes que ser melodrama fuese una comedia dramática y totalmente personalista y feliz sobre la aceptación, la liberación, y la resolución de esos nudos que a veces también son pequeños y son sólo nuestros, tan nuestros que para el otro son o torpes o innecesarios. Era hora de relajar y de empatizar un poco con los miedos y hacerse amigo de ellos, ya que en definitiva nos van a acompañar siempre.
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[…] En este episodio de Ficciones Sebastián y Fabricio hablan sobre uno de los primeros grandes estrenos de mayo: Love, Simon (Yo soy Simon), de Greg Berlanti. Fabricio leyó el libro y la analiza desde el guión, y Sebastián sólo analiza la película. Para leer la crítica de Sebastián hace clic aquí. […]