
The Bookshop (La Librería) cobra vida con la historia de una joven viuda, Florence Green, que desembarca en un pequeño, tradicional y cerrado pueblo inglés con el sueño de abrir una librería y así traer algo de cultura a sus habitantes.
Emily Mortimer protagoniza este film que es la adaptación cinematográfica del libro homónimo escrito en 1978 por la novelista inglesa Penelope Fitzgerald.
Dirigida por la española Isabel Coixet (Mi vida sin mí, La vida secreta de las palabras) y estrenada en 2017, este largometraje cuenta con performances sólidas: Mortimer (Match Point), Bill Nighy (El exótico hotel Marigold, Harry Potter y las reliquias de la muerte) y Patricia Clarkson (House of cards, Sharp objects, Maze runner).
Con este gran equipo uno esperaría momentos memorables y de hecho, existen. Pero son sólo eso, momentos.
Entonces me pregunto: ¿cuál es el gran alboroto con The Bookshop?
Nos encontramos con lo que yo llamo una ‘falsa promesa’: una sinopsis atrapante, sobre todo para aquellos que son (y, me incluyo) grandes lectores y grandes amantes de las librerías, esos afables lugares fuera del tiempo, acogedores y mágicos para quien con intelecto inquieto.
Una expectativa venida abajo, desilusión. Una promesa que no se sostiene. El ojo de Coixet se queda corto e incoherente y no hace ni el más mínimo intento en apoderarse de nuestros corazones dentro de la tan llamada ‘librería’.
Sin lugar a dudas, le reconocemos que tiene todo ingrediente que mezclado en su justa medida acaba en la receta del éxito. Sin embargo, no le saca provecho y no termina de despegarse de una sensación somnolienta que acompaña al film desde el principio.
Para compensar la carencia de sentido y de conflicto, se agrega la narración (por Julie Christie) que es condescendiente, ilógica, poco atrapante y, definitivamente, muy irritante, logrando contagiar a todos con un virus mortífero: la inactividad.
Por ejemplo, en una escena Edmund Brundish (Nighy), arranca los retratos de los autores de los libros que lee y los quema en su chimenea mientras la narración dice “No había nada que le enfadara más que los retratos que aparecían en ciertos libros”. En otra escena, durante la discusión entre la molesta Florence (Mortimer) y el banquero, la narración aclara “Está enojada”. Suficientemente terrible es que el espectador quede completamente a un lado de la trama, pero también se lo trata como si padeciera una cierta deficiencia mental.
La audiencia se queda inapetente y sin posibilidad de asombro cuando el clímax, alcanzado por la muerte y el rechazo social, acontece. Sólo un rato después del fin, y con un poco de suerte, uno se da cuenta del desenlace sucedido y empatiza con Mortimer.
A grandes líneas, The Bookshop es un film predecible que desperdicia, los ya muchos nombrados ingredientes y talentos, en una narración y dirección mediocres de Coixet.
Mi consejo: lee el libro, no mires la película.
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