
La Bruja (The Witch, en inglés) nutre y fortifica ese inconsciente colectivo que se ha encargado de sembrar la literatura romántica y los hechos históricos sucedidos en la llamada ‘cacería de brujas’, año 1962 en el contexto de los juicios de Salem.
Robert Eggers (The Tell-Tale Heart, Brothers) se adentra en un universo muchas veces explorado por series de TV, cortos y largometrajes. El film, de hecho, recuerda al Proyecto Blair Witch, que tuvo su aclamada fama alzándose en 1999 bajo el carácter de ‘terror psicológico’.
Sin duda, para los espectadores y más terrible aún, para los realizadores de este largometraje, la brujería no es más que pura magia negra, posesión, religión, muerte y engaño.
Me atrevo a afirmar “más terrible aún” porque esta es la historia siempre e incansablemente contada de la bruja malvada que se ve invadida en sus tierras y ataca a los desafortunados campesinos que intentan sobrellevar una vida común y corriente. Eggers no tan sólo no duda en relatar una nueva historia, sino que además se apega a los paradigmas antiguos de la brujería sin dar pasos en falso, ni arriesgar escena alguna.
No obstante, es posible rescatar los recursos utilizados como la fotografía y la dirección musical, pero sobre todo el acento de Yorkshire (inglés antiguo), que prometen una nueva historia jamás contada, una verdad insoslayable, una defensa sin igual para aquellos mortales que fueron tildados bajo la manga de la hechicería y quemados en la hoguera. Pero el director elige repetir los mismos pasos ya caminados por la historia del cine, pasos que no están muy lejos de las brujas representadas por el propio Walt Disney.
La Bruja nos obliga a cosechar una vez más una fruta podrida y venenosa, en la que aún así le hincamos los dientes con la esperanza de encontrar algo más. Quizás la esperanza de hallar en su interior un carozo prometedor.
Es cierto, no conocemos lamentablemente otra historia, otro andar, pero la película deja una parte incompleta a la imaginación del espectador, para que éste juegue y se sienta parte.
Sí debo rescatar la casi total carencia de efectos especiales, lo que le da un tono vívido y de un realismo enceguecedor, tal que consigue atemorizar con un terror no explícito. Además la película está cubierta por un manto de colores tierra, grises, blancos y negros que acompaña y se amolda a la perfección a la temática.
Resulta necesario destacar el asombroso diseño de producción que nos traslada a la época en la que transcurre la acción. La película premiada a la Mejor Dirección en la categoría de Drama Estadounidense en el Festival de Cine de Sundance 2015, nos sumerge en el contexto del siglo XVII, una Nueva Inglaterra firme y fiel a la época, sin demasiados detalles extras. Su caracterización del espacio y ambiente es prolija, simple y con música tenue pero poseída por los sucesos escénicos.
Sabemos que la historia avanza linealmente y, por lo tanto, es posible conocer con certeza la forma futura que tendrá la conclusión de la película.
La Bruja tiñe, sin lugar a dudas, un terror primitivo, descarrilando a cada personaje, sacando lo mejor y lo peor de sí mismos. Podría contarnos una historia original, una jamás contada. Pero dentro de su género reconozco valentía y cierta innovación. Lo sobrenatural se hace carne, deseo y entrega.
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