
Hay películas que saben sentar su premisa desde la escena inicial. Thelma es una de ellas. Apenas terminan los créditos vemos como un padre y su pequeña hija de no más de seis años salen a cazar. En un plano abierto, desde lejos, observamos como atraviesan un lago congelado para llegar a un bosque. El padre lleva una escopeta. La hija solo lo acompaña. Esta escena ya es muy rara. No estamos acostumbrados a ver una escena de caza donde una pequeña sea protagonista, pero esta rareza se transforma en incomodidad, cuando en el plano siguiente aparece un ciervo, aparece la presa. La niña lo mira. El padre lo mira unos pasos detrás. El padre apunta con la escopeta al ciervo mientras los dos contienen la respiración. El ciervo no siente el peligro. El padre lentamente, muy lentamente, cambia la dirección del arma y apunta a la hija. El ciervo siente un peligro que ya no es tal y huye. El padre baja la escopeta, su hija se da vuelta y lo mira.
Algo está mal con Thelma, y ese “estar mal” se siente en todo momento en una película que tiene la virtud de incomodar siempre y de lograr que el espectador nunca sepa muy bien que es lo que está viendo, que es lo real, que es lo fantástico, si lo fantástico existe. Ambientada en un pueblo universitario de Dinamarca, la película sigue a su protagonista en todo momento – casi no hay escenas sin Thelma –, una joven universitaria que se separa de sus padres para vivir sola mientras cursas sus estudios secundarios. Unos padres extraños, católicos ortodoxos y bastante posesivos. Thelma debe aprender a interactuar. La vemos, la sentimos, distante, tímida, retraída. Y cuando Thelma comienza a experimentar este nuevo mundo (nuevos amigos, alcohol, algunas drogas, fiestas, y el amor, principalmente el amor) descubrimos que allí donde creímos que no había historia se esconde el terror.
Similar a la premisa de Raw, otro estreno europeo del que se habló y se escribió mucho este año, allí donde Raw hacia uso del gore y la sangre para mostrar el despertar sexual de su protagonista y donde no había lugar para lo sobrenatural, simplemente para el exceso, Thelma elige no mostrar nunca, ocultar aquello que es distinto para tratar similares temas. Ambas protagonistas están alejadas de sus comunidades, ambas son jóvenes y están empezando sentir, las dos son distintas a la norma. Las propuestas son similares, sin embargo abismalmente distintas. Thelma logra con una economía de recursos envidiable sumergir al espectador en un aire enrarecido durante toda la película (hay escenas donde la cámara respira, y se mueve en consecuencia, a un ritmo terroríficamente cercano al que respiramos nosotros del otro lado de la pantalla).
Recientemente premiada como mejor actriz en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Eli Harboe, su joven protagonista, es en gran parte responsable del magnetismo de la historia, y es su director, Joachim Trier, un director a seguir. Desde esa escena inicial, y hasta el final, nos encontramos ante un autor que tiene algo que contar, y sabe cómo contarlo de una manera distinta. Una verdadera joya que no se estrenará en los cines comerciales y que deberá ser rescatada de ese mundo enorme que llamamos torrent.