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Vida Privada, de Tamara Jenkins

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¿Qué pasa si en nuestros 40s comenzamos a tomar decisiones que nos llevan a otros horizontes pero al mismo tiempo algo nos detiene en el mismo lugar? ¿Cuándo es momento de bajar los brazos? ¿Qué tan personal es un camino cuando se comparte con otra persona y ninguna de las dos está convencida o tiene la suficiente fortaleza? ¿Qué hacemos cuando ese camino resulta ser más desalentador y no podemos ni dominarlo ni salir de él?

Bueno, nadie puede responder eso, ni siquiera en sus cuarenta y pico. Pero al menos tenemos algunos cuadros y escenas que nos ayudan a pensar y a hacernos esas y más preguntas, incluso con muchos mundos de distancia entre esos personajes y nosotros. En este tercer film de Tamara Jenkins, nos metemos en el apartamento de dos intelectuales del este de NYC que luego de muchos años comienzan con los intentos de ampliar la familia y ser padre y madre. Biológicamente es complicado y deciden intentarlo con tratamientos costosísimos y también apuntándose para la adopción. Nada más y nada menos que Paul Gimati y Kathryn Hahn son la pareja que le ponen la piel, el cuerpo y todas las emociones que dos personajes como esos requieren, y encarnan la desesperación, la desquicia y la obsesión casi de una forma perfecta.

Lejos de parecer un drama de gente adinerada, Richard y Rachel arriesgan y se exponen como adolescentes al que parece ser el plan de sus vidas, olvidándose de vivirla. Dejan en evidencia que ese plan puede ser un mero camino para olvidarse por un momento de sus mortalidades en palabras de la mismísima actriz (en entrevista con The Atlantic).

En un claro encuadre agónico y sumidos en la negación, Rachel y Richard encuentran posibilidades en una sobrina postiza que intenta hacer otro tipo de carrera universitaria y se ve al mismo tiempo capaz de ayudarlos a ‘hacerlos felices’. Pero todo el proceso previo por el que pasaron, desde entrevistas con una trabajadora social para alistarse a la adopción, y las múltiples intervenciones clínicas que recibieron, parece llevarles a ninguna parte. Con giros bizarros en los comportamientos y pensamientos de Rachel y Richard, el guión nos demuestra con crudeza y astucia que el relato que se está haciendo es otro, y que tiene que ver más con la que la vida que están dejando de lado, que con la vida que buscan.

Una paradoja fílmica que incomoda, por momentos enternece, y por otros divierte, es Private Life. Inteligente, sombría e iluminada, y dramáticamente curiosa sobre la madurez en las parejas y en las individualidades.

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