
Una colorida y musicalizada melancolía
Finalmente llegó la película más prometedora de la temporada, y no solo promete sino que cumple. El tercer film de Damien Chazelle (Whiplash, Guy and Madeline on a Parck Bench) tuvo su primera proyección en el Festival de Venecia 2016 y desde ahí que no hacemos más que escuchar hablar de él. Y es que en realidad, es una película chiquita pero gruesa: contó con 30 millones de presupuesto – relativamente poco para un musical – pero ya está entre los 10 musicales que más ha recaudado en los últimos años – y eso no la hace más exitosa.
Damien Chazelle tiene una larga y no tan íntima relación con el jazz, un género musical que en Hollywood encanta y en La La Land se explica por qué. El jazz se hace sobre la marcha, y va teniendo distintos momentos, todos igual de importantes. Lo que hace que sea genial hablar de esta película es justamente que podemos empezar a decir “¿qué hizo este tipo antes?” (por Chazelle) y cuando alguien dice “Whiplash” vienen los “ahhhhh, claro, son re parecidas”. Lo primero que alguno recordará es lo hdp que era J. K. Simmons en esa película, y en La La Land no está muy alejado porque es uno de los que se porta mal con Sebastian (Ryan Gosling), que lo hace tocar villancicos cuando él quiere hacer un jazz libre. Y así sucesivamente, pasamos de hablar de Chazelle, a Simmons, a Gosling, hasta llegar a Stone.
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Contiene encubiertos spoilers a partir de ahora.
Emma Stone en el rol de Mia, y Ryan Gosling como Sebastian, encarnan a dos – tontos – soñadores en Los Angeles persiguiendo estrellas, aplausos y estrellatos. Persiguen ese ‘american dream’ pero hollywoodizado, ese sueño que tienen todos los que llegan a Los Angeles con una mano delante y otra detrás. Ambos están igual de lejos de alcanzarlo, pero en un lapsus, están muy cerca uno del otro. Mia es una aspirante a actriz que trabaja en una cafetería de Warner. Sebastian es un pianista buscando frenar la extinción del jazz.
Contiene evidentes spoilers a partir de ahora.
Mia y Sebastian empiezan con el pie izquierdo pero no se dan cuenta que en ese momento estaban empezando. Pronto comienzan una relación en donde ambos se ayudan a crecer y alimentan sus objetivos mutuos. Lo que pasa a partir de ese momento es la vida misma: encuentros, desencuentros, euforia, decepción, baldazos de agua fría, subas de tensión, amor, y lo que sigue después en la gran mayoría de los casos. Y es ahí donde la película es exitosa: nos lleva engañados a la sala y nos ilusiona con un musical romántico y clásico. Lo que encontramos no es más que una historia de esas que, si no hemos vivido, nos está esperando a la vuelta de la esquina. Chazelle musicaliza el amor y el desamor. Musicaliza incluso con silencios y diálogos.
Pero La La Land no es una película perfecta por más exitosa que sea: hace un par de meses veíamos Arrival (y me cito):
“La película no-perfecta es esa que, cuando desmembramos sus partes, son excelentes. Léase, la fotografía por una parte, de la música y la edición del sonido por otra, la dirección de cámaras por otra, la edición, y así sucesivamente. Pero es una película no-perfecta, porque si bien esas partes divididas son excelentes, sólo funcionan cuando están unidas, y en un momento específico.”
Con La La Land pasó algo más curioso: conocimos su música hace ya un par de meses, y cuando nos aseguramos de que no contenía spoilers, la escuchamos, y es oscarizablemente bella. Podríamos poner el álbum en spotify y darle repeat, que no nos vamos a cansar – siempre que nos guste el género, obvio. Pero luego de ver la película entendemos que cada nota y cada melodía, está compuesta para el film y funciona ahí, es decir la relación es única e irrepetible. Y esto es importante porque es – con todas las letras – un musical. Para algunos es EL musical, porque como ya se supo, entre otras cosas, La La Land es un homenaje a todos los musicales de Hollywood con referencias icónicas y evidentes (a Singing in the rain, American in Paris, The Umbrellas of Cherbourg, Broadway Melody, Funny Face, The Red Balloon, Sleeping Beauty, Boogie Nights, Sweet Charity, Top Hat, Shall We Dance, y más). Para otros, será un musical más, de esos que no ven, o de esos que aburren, o de esos que están sobrevalorados. Porque el otro factor importante es de la conexión que establecemos con la película: si logramos empatizar, con la historia, con los personajes, o bien con la música, el film va a ser sin dudas el motivo de una sonrisa iluminada en nuestra cara, similar a la de Mia viendo tocar el piano a Sebastian. Ahí está el valor en los musicales como éste, en la multiplicidad de estimulaciones y de sentidos que tenemos trabajando, y en el lenguaje universal que manejan: la música y la imagen.
La La Land es la historia del nacimiento de una historia, musicalizada, pero no menos real. Es una historia de las decisiones y de las vueltas que creemos que da la vida, pero que en realidad las damos nosotros. Es una historia de las ficciones y de las realidades, de ilusiones y de globos pinchados, de relieves y llanuras, de las expectativas y las histerias. Y podría seguir enumerando, pero lo maravilloso es que todo esto esté bailado y musicalizado. Salimos de la sala preguntándonos ‘por qué ese final’, pero también diciendo ‘que bueno que el final fue ese y no otro’ porque ahí tiene su cuota de realidad: en los egoísmos inocentes, en las vanidades no reconocidas.
Emma Stone es encantadora como actriz, e incluso como aspirante a actriz. Su expresividad en la cara merece una nominación aparte. Ryan Gosling no es más ni menos de lo que hemos visto, pero ahora amerita más que un Oscar, un abrazo fuerte y largo por esa mirada y esa sonrisa dramática y contenta a la vez. Ambos no podrían estar mejor juntos. Y el film es de ellos y de Chazelle: lo dominan y manipulan con una soberbia hermosa. De acá al 26 de febrero vamos a bailar un balls con ellos en esos escenarios de cartón y con esos colores vibrantes, y los vamos a acompañar hasta el Dolby Theatre, por más que no suban al escenario, porque ellos, como Margarita, ya ganaron.