
Épica y tragedia en una experiencia tan engañosa como visceral.
Hablar de Christopher Nolan es tan difícil que inquieta, aburre, y hasta desespera. Es uno de los realizadores actuales más odiados y amados al mismo tiempo, y a veces incluso por las mismas personas. Para algunos críticos hablar de su cine, significa hablar de pochoclo, o de matemáticas, o de una cucharada de azúcar amarga, mientras que para otros implica hacer un redescubrimiento de lo que podríamos llamar meta cine.
Lo que a mi me pasa con el director, después de haber estudiado, visto y leído nunca lo suficiente, es curioso, porque lo adoro pero está lejos de ser perfecto. Lo considero una mente maestra pero una de las personas más frías, insensibles, y calculadoras que tiene el cine actualmente. Me parece que hace el cine más prolijo, cuidado, ambiguo y de autor, dentro de las toneladas de miel con las que nos viola Hollywood hora tras hora. Y siempre cuidándome de no caer en un fanatismo ciego, sordo y absurdo, voy a tratar de defenderlo, teniendo a mano como herramientas sus cosas buenas y sus cosas malas. Y sí, me pasan cosas cuando lo leo, lo escucho, y lo veo, pero con lo que escribe, con lo que dice, y con lo que muestra.
Por cuestiones coyunturales, que para otros serán aburridas, voy a hablar de Dunkirk. Controlaré las referencias a sus largometrajes previos, y trataré de restringir al máximo las comparaciones con otros directores, porque siempre sentiré que lo único que genera una comparación no es más que destrucción.
El director inglés es uno de los personajes más observados por la crítica, por sus intentos de traer un poco de cine de autor al cine mainstream y de género. Observado y criticado por esto último, porque según varios críticos está mal engañar al espectador trayéndolo al cine a ver una película de guerra, de tiros, o de vaqueros en el espacio, y en lugar de mostrar eso, divagar con teorías de la relatividad, bocetos de un agujero negro, persecuciones en el subconsciente, y manipulaciones temporales. Es un realizador que siempre fue y será criticado por repensar, repetir y reformular ideas, y exigirle al espectador una segunda y tercera decodificación del constructo imagen+sonido+orden de los elementos+intención.
Nolan es un director que gusta de trabajar las ideas, los momentos, y las distintas líneas argumentales, primero juntas, y luego por separadas, para después volver a juntarlas en un punto, y se esfuerza en que en el ordenamiento de las escenas y de lo visual, esto esté camuflado, para que sea algo no tan difícil de digerir pero no tan liviano.
En Dunkirk vemos cómo el factor tiempo, le da la especialidad a una historia (muy) conocida, que de no haber sido alterada de esa manera a los fines narrativos, hubiésemos asistido a una película más, de un director más, sobre otra historia de la segunda Guerra Mundial. Pero no es la primera vez que lo hace, pudimos ver lo mismo en la trilogía del Caballero de la Noche, en Interstellar, en Inception, en The Prestige, y en su comienzo con Memento. Siempre un Nolan jugando con el tiempo en las dimensiones físicas, memoriales, éticas, ilusorias, e inconscientes.
Y ya entrando en lo narrativo, el factor tiempo es tal vez el más importante en esta décima película de Nolan. Como ya dijimos, estamos ante una historia conocida (y en caso de no conocerla por las vías formales, todos tienen hoy acceso a Wikipedia), entonces, ¿cómo hablar de una historia conocida, de otra manera, haciéndola interesante, o atractiva, o tensa, etc.? Justamente en capítulos, específicamente en 3, denominados The Mole (El Muelle), The Sea (El Mar), y The Air (El Aire). Estos 3 capítulos son contados simultáneamente pero además son contados en tiempos distintos: por un lado, lo que sucede en el muelle, se desarrolla en una semana; por otro lado, lo que sucede en el mar se desarrolla en un día; y finalmente lo acontecido en el aire, sucede en una hora. Cada capítulo tiene sus protagonistas, y son conducidos en el guión a un punto que no demora en aparecer, y siempre enfocado desde distintas ópticas. Y acá nos encontramos con otra característica de Nolan, que es el intercambio de voces principales: en The Dark Knight, hay un ida y vuelta constante entre Batman y el Joker (a punto tal que muchos piensan que el Joker es más protagonista de ese film que el propio Batman), posicionando siempre a cada uno de los personajes en un bien y un mal relativos, y siempre forzándolos a tomar decisiones que los llevan a otro nivel. Este juego puede verse no tan sólo en el guión, sino también en la dirección de cámaras, en la música y en los baches en el tiempo. En The Prestige nos seduce desde dos lugares distintos, que llegan a estar enfrentados literalmente con una calle de separación entre los ilusionistas Alfred Borden (Christian Bale) y Robert Angier (Hugh Jackman). Y podemos ejemplificar este vaivén en cada una de sus películas, pero siempre con personajes y momentos con distintas variables y motivaciones.
Volviendo a Dunkirk, y a sus protagónicos, Nolan decidió intencionalmente no desarrollar personajes con motivaciones y definiciones tan taxativas y despojarlos de todo arco emocional posible. ¿Qué lleva entonces adelante las decisiones de cada uno? Todos están movidos por el mismo deseo, el de supervivencia. Porque si hay algo que hizo bien Dunkirk en su trailer es anticiparnos que íbamos a ir a la sala a encontrarnos con escenas de guerra. Con giros temporales, pero con una representación de la guerra. Con un nudo narrativo de 3 sogas tensas que tienen a varios personajes pujando hacia cada lado para desatarlo, pero con una guerra en fin. Y aquí es donde creo que hay gente engañada. ¿Por qué? Porque algo que caracteriza a nuestro cine occidental, tanto al europeo como a Hollywood, es el cine de soldados románticos en lugar de un cine bélico. Esos soldados que en una trinchera charlan sobre sus hijos y familias, sobre Dios, sobre el entrenamiento, sobre fútbol americano, sobre volver a una base costera con alguna taberna atendida por mujeres lindas para ver cómo les rinde el uniforme, o sobre las comidas que extrañan de sus madres o los llantos de sus padres al despedirlos con pañuelos blancos. Esos soldados que frente a una herida le dicen al otro, tomándole el pelo ridículamente, que todo va a estar bien, cuando están en la guerra. Pero si no es ese el peor de los casos, y nos encontramos con otra película menos colorida, probablemente veamos despliegues melodramáticos de funcionarios traicionando a comandantes, de suspenso entre pasillos con topos informantes, o de campos de tortura con charcos de tinta roja y personificaciones al borde de lo demoníaco.
Y Nolan optó por algo más minimalista ante tanto barroco bélico. Y es que esta película es espectacularmente simplista, mezquina, y con intenciones de realismo. Durante la hora y 46 minutos de duración de Dunkirk no logramos empatizar con ningún personaje, no logramos encontrar una afinidad o identificación con alguno de los soldados, no logramos lamentarnos por la muerte de un civil, porque lo que vemos es (con licencia de quienes se encontraron alguna vez en un campo de batalla) la representación de la guerra. Nada más, ni nada menos. Es decir, que Dunkirk no es más que el montaje de planos, escenas, y secuencias de lo que podría ser la guerra en su concepto más crudo, sin alteraciones, sin adornos, y sin carnicerías. Una guerra en la que el héroe, es un héroe derrotado, abatido, desolado, egoísta, a veces sensible, a veces valiente, a veces solidario. Pero no sabemos si es un héroe en el sentido positivo de la palabra porque si algo Hollywood nos enseñó a los occidentales es que el héroe casi siempre tiene que cargar en sus espaldas en el peor de los casos unas pocas vidas. Una guerra en la que el villano, es un villano casi tácito, raramente mencionado, nunca personificado ni encarnado. Pero no sabemos si es un villano hollywoodizado porque generalmente los villanos son torpes para que ganen los héroes y Dunkirk los muestra como astutos, combativos, temibles y hasta exitosos dependiendo de dónde se lo mire. Una guerra en la que los soldados enmudecen en su deseo y esfuerzo de supervivencia, o por qué no también, enmudecen el deseo de tan lejos que la ven. Una guerra en la que no interesa quién salva a quién, porque no sabemos por cuánto tiempo conservará ese otro la vida, y una guerra en la que lo más cercano al héroe, no tan sólo lo vemos enmascarado sino que también es un anónimo. Y si no es esto lo más cercano a una guerra, que alguien comente y documente qué es.
La ilusión efímera del éxito, de la épica y la tragedia, el engaño sobre el escondido villano invisible, y sobre el enmascarado héroe anónimo, son sólo algunas de las frías y calculadoras decisiones de guión de Nolan, acertadas para algunos, desacertadas para otros, pero decisiones al fin.
Nolan convierte el complejo entramado de escenas y el desordenado nudo atemporal de secuencias, en una obra técnica que sólo él, y exitosamente mal que les pese a todos sus detractores, puede lograr. IMAX, el formato que se patentó apenas un año antes del nacimiento del director, y que lo intrigó en muestras de museos durante su infancia, fue el formato elegido para rodar la totalidad del metraje, sin alteraciones digitales para su procesamiento. [Para quienes no conocen IMAX, es la máxima calidad desarrollada al día de hoy para filmar en el formato tradicional, que no tiene equivalente en el digital pero que a los fines técnicos sería algo así como un 18K en dimensiones]. La complejidad para trabajar en este formato que requiere cámaras de gran tamaño y muy ruidosas, exige que el audio se grabe por separado, por lo que se requirió de una gran precisión y de meses de ensayos. Pero como para Nolan cada problema es un desafío, aprovechó para dejar en manos de su amigo Hans Zimmer, el desarrollo de la banda sonora original y de los efectos de sonido y mezcla de audio, que cubren y rellenan todos los vacíos de diálogos que hay durante el film. Sí, un (para mi, pequeño) problema de Dunkirk es la falta de diálogos, cosa que justifico con la innecesaria manía de hacer amiguitos que deben tener los soldados que fueron puestos en esa costa y sólo buscan sobrevivir, y volver con todas las partes de sus cuerpos. La banda sonora y el sonido de Dunkirk es más que oscarizable, decisión de Nolan y trabajo íntegro de Zimmer, y para quienes critican el valor que le agrega Zimmer al trabajo final, ¿qué es una película sino un sincretismo en el lenguaje?
No se puede dejar de mencionar el trabajo del músico en esta película, trabajo que había realizado previamente para películas de Nolan, y que el director inglés descubrió con David Julyan, compositor de Memento y The Prestige. En palabras de Nolan, el guión está escrito con un ritmo musical, ese tic tac de un viejo reloj de él que le envió a Zimmer y sus músicos consultando si se podía emular el sonido analógico, y Zimmer no tan sólo lo hizo sino que grabó el mismo reloj que escuchamos durante toda la película, con el objetivo de crear una sensación de momentum, es decir de un ritmo continuo ascendente, en inglés rising pich sound, y que todo el tiempo nos da la ilusión de una tensión creciente, pero que en realidad es circular, o mejor dicho cíclica, nunca crece o decrece. Musicalmente esta técnica es conocida como “shepard tone” y rara vez es efectivamente utilizada, y casi nunca durante la totalidad del largometraje.
Sumado a esto está la obsesión de Nolan de no utilizar CGI ni pantallas verdes (en parte una decisión voluntaria y en parte una limitación para filmar analógicamente con IMAX), y de tener la cantidad necesaria de extras que requiera la escena, por lo que no vemos figuras duplicadas digitalmente, sino centenares reales de gente caracterizada. Y no tan sólo es obsesivo en esto sino también en rodar en la misma locación, y con barcos y aviones reales, algunos originales y otros reconstruidos en sus mismas dimensiones.
Por supuesto si se lee lo anterior con detenimiento, parece que estamos ante una perfección cinematográfica, pero la película [para mi] está lejos de ser perfecta. Coincido con muchos otros críticos en que es una obra inigualable y está entre las mejores del inglés, pero aún así es imperfecta. Si bien Dunkirk es bastante neutral en el tono argumental, incluso autocrítica, irónica e irrisoria cuando parafrasea a Winston Churchill, siempre tiene un dejo nacionalista, inevitable para cualquier persona que esté comprometida comercialmente y políticamente como lo está Nolan. Al menos yo no lo voy a criticar por eso, pero sí por la decisión de tomar determinada postura con hechos reales y dejando de lado factores decisivos en el devenir “REAL” de los hechos. Nolan alega y aclara que Dunkirk se trata sólo de una batalla, y es sólo una porción de la historia. Y recalca que es una película sobre una batalla fracasada y fraudulenta (acá la autocrítica) y no un exitoso rescate como está escrito en miles de libros.
Pero como toda relación de amor, que es imperfecta, elijo y defiendo a Nolan por las decisiones y riesgos que toma en un cine actual con grado de compromiso político y autocrítica igual a cero (dentro del género y la industria) y con el máximo grado de desarrollo digital en la imaginería. Acá donde todos sintetizan, Nolan se detiene. Aburre, distrae, entretiene, o emociona, pero se detiene, en un cine que de ser por otros sólo entiende de tiempos vertiginosos, competitivos y monetizados. Acá donde todos vienen a contarnos una historia y nos venden 40 películas hablando de lo mismo, Nolan se detiene, estudia, piensa, elabora, y nos promociona y vende sólo una película cada 2 o 3 años. Acá donde todos estrujan los recursos, Nolan elige los que son efectivos, y recicla los que aprendió en la academia donde aprendieron los mismos grandes que la crítica doctrinaria venera. Y por todo esto lo elijo, y elijo a Dunkirk.
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