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Una historia sencilla
En Una Historia Sencilla, David Lynch el menos clásico de los directores de Hollywood, decide romper registro y contar la historia sencilla del título de una manera clásica. Se olvida de los sueños premonitorios, los flasbacks cocamaniacos, los personajes excéntricos, los universos paralelos y nos regala la fábula de dos hermanos unidos en una road movie con aquellas herramientas que tan bien pueden ser aprovechadas en lo que comúnmente denominamos cine clásico. El resultado no puede ser más hermoso, y nos demuestra que un director con pericia puede contar cualquier historia.
Hasta aquí no he hablado de Sully: Hazaña en el Hudson. O eso creo. Y es que Una Historia Sencilla y Sully tienen más de un punto en común. Pero el principal es que ambas son historias tan simples, y en su simpleza radica la complejidad para llevarlas a la pantalla. En la película de Eastwood, el más clásico de los directores clásicos del cine actual, la historia ya había sido contada en diarios, televisión y cuanto medio informativo uno imagine. En el 2009 un avión de la línea US Airways. había amerizado en las heladas aguas del Rio Hudson, obligado por la estampida de una bandada de aves que había roto los dos motores, y salvando la vida de 155 personas. Como contar una historia conocida por todos, cuyo final es de público conocimiento y sus protagonistas se habían convertidos en héroes y mediáticos del público estadounidense? Solo de una forma: con las cartas sobre la mesa, con herramientas del cine clásico.
El viejo Clint se saca la mochila en el inicio y nos cuenta, en la escena de títulos, que el accidente ocurrió, que el piloto, interpretado por un siempre excelente Tom Hanks, está sufriendo las secuelas de tremendo shock en formato de pesadillas y que no todo es reconocimiento en esta compleja maniobra, que salió bien, pero podría haber salido mal. Todo en la escena de los títulos.
El resto de la película, en una economía de poco más de una hora y media, viaja entre el vuelo 1549 y las vivencias de los pasajeros, pilotos y azafatas y el juicio administrativo al que fueron sometidos piloto y copiloto para determinar el grado de responsabilidad en el accidente que podría haber sido catastrófico.
Una música sutil y oportuna en los momentos justos, interpretaciones que nunca se salen de registro (Laura Linney solo habla por teléfono y sus escenas son magnéticas cuando podrían haber sido todo lo contrario), el uso de tres actos y la dosificación de información, entro otros recursos, hacen que esta historia sencilla logre emocionar y contarnos lo mismo que nos contaron los diarios un par de años antes, pero de una manera que solo Clint Eastwood sabe hacer.