
Previo al esperado estreno de esta película de terror made in Argentina, charlamos con Alejandro Fadel, su director, guionista y productor. Participó con este largometraje en la sección Una Cierta Mirada (Un Certain Regard) del Festival de Cannes del 2018, y comienza a distribuirse a nivel comercial un año después. Esa sección es la segunda en importancia en el festival francés, y le abrió las puertas para presentarse luego en numerosos festivales en todo el mundo, cosechando premios y reconocimientos.
Fadel nació en Tunuyán, Mendoza, en 1981. Comenzó a codearse con grandes nombres del “Nuevo Cine Nacional” en el 2003 escribiendo el guión de El Amor (Primera Parte) junto a Santiago Mitre, Martín Mauregui y Juan Schnitman, film que se presentó en la Semana de la Crítica de Venecia. Como guionista también trabajó con Pablo Trapero, Damián Szifrón, Walter Salles, Adrián Caetano y Peter Weber entre otros.
“Muere, Monstruo, Muere” es su segunda película como director, se estrenó en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes.
¿Cómo es la distribución de la película en el país?
La distribución está complicada a nivel general para películas como éstas, que no encajan decididamente en un nicho de mercado. Y más ahora que estamos en un momento donde hay un súper tanque monopolizando todas las salas y que se vuelve catastrófico casi. Es lo que sucede con la homogeneización de la imagen.
Nosotros hicimos un trabajo con una distribuidora que se llama MACO CINE de Martin Morgenfeld, es un gran trabajo y hemos conseguido bastantes salas interesantes en el interior. Y en Buenos Aires un poco menos pero también se va a pasar en algunas. En Mendoza se va a estrenar en esta casa que es el Cine Universidad, que es nuestro lugar, que amamos, y también en Cinemark y en Village. Así que lo importante es que la gente vaya este fin de semana porque es donde se decide la cuota de pantalla de la película, y si van los espectadores la película se puede mantener. Si no, hay menos posibilidades.
¿Y cómo les fue con la distribución internacional después de la presentación en Una Cierta Mirada en Cannes?
La película se estrenó en Cannes hace un año. A partir de ahí hizo un recorrido muy variado por los festivales de cine, creo que en más de 50 ya. Se pasó en Sitges que es un festival de cine fantástico aluciante, como un Cannes del cine fantástico. Y se pasó en otros festivales como la Bienal que es de una cinefilia mucho más elegante, distinta, radicalmente opuesta a Sitges. Osea que ha tenido un recorrido muy variado. Y comercialmente se va a estrenar por ahora Chile, en Francia la semana próxima, en Estados Unidos, en Japón, en Hong Kong, y en algunos lugares más.
¿Cómo sentiste las diferencias de público? Porque fuiste de Una Cierta Mirada de Cannes a Sitges. ¿Cuáles son las diferencias?
Se nota la diferencia. En Cannes uno no puede comprar una entrada, sino que solo van las personas acreditadas, y sobre todo mucha prensa, muchos vendedores, muchos distribuidores. Tienen un mercado muy fuerte. Sitges también lo tiene, es un festival de enormes dimensiones, pero también tiene el acceso del público. Entonces las reacciones son mucho más efusivas. La gente festeja cosas, grita en las salas, se sacan fotos, te piden autógrafos, ese tipo de cuestiones. Tienen [ambos] una energía muy particular, muy potente de amor al cine. Y tanto esos dos como muchos más, nos han tratado de primera y han querido mucho a la película. Entonces es una alegría porque, en momentos donde los circuitos comerciales se achican hacia cada vez menos películas y los complejos de salas pertenecen a menos manos, los festivales de cine siguen siendo lugares de resistencia para que se vean aquellas que no tienen tanto lugar en el mercado.
¿Cuáles son los desafíos de producir y filmar como local? ¿Cómo fue trabajar con escenarios locales y sacarlos de la realidad para llevarlos a la ficción, sobre todo en un género como el de terror?
Siendo de acá, me ponía como objetivo no tener una mirada turística o folclórica de la provincia. Es como filmar lugares comunes con miradas menos profundas sobre lo que puede ser un territorio. Entonces yo digo, casi en chiste, que es una película con Mendoza sin viñedos. Y me propuse filmar las montañas, que eran básicamente mi primera motivación, la alta montaña mendocina, de una manera extraña, sobre todo los espectadores mendocinos. Siento que puede haber un interés en la gente en ver aquellos lugares que conoce filmados de manera un poquito corrida de lugar para redescubrirlos quizás. Entonces en la película hicimos un recorrido enorme por toda la provincia [de Mendoza] desde Las Heras, pasando por Ciudad, Uspallata, Las Carreras, Tupungato, Tunuyán, San Carlos, San Rafael, Malargue. Filmamos casi todo a lo largo de la provincia con un invierno muy frio. Filmamos en julio entonces estábamos siempre en condiciones de filmación muy extremas, muy riesgosas, pero muy bonitas. Porque para mi, filmar tiene que ver con generar una experiencia vital, y que esa experiencia, en el mejor de los casos, se transmita en la pantalla.
¿O sea que vamos a ver una geografía muy distinta de la que vimos en ‘Los Salvajes’?
Los Salvajes era en las sierras cordobesas, y los ríos de Córdoba que a mi también me habían producido el mismo impacto espiritual que las montañas cuando yo era adolescente. Entonces a veces digo como chiste que Los Salvajes era un precalentamiento de filmar montañas más bajitas, para animarme a filmar montañas más altas. Pero también tienen relación con una base del proyecto, que es cierto acercamiento documental. Antes de la historia están las cosas que quiero ir a registrar con la cámara y los micrófonos. A pesar de que la película es completamente ficción, siempre intento que la naturaleza intervenga porque es algo imposible de controlar entonces te hace estar atento, en estado presente, y la naturaleza a veces te regala aquello que no esperabas, y tenes que estar atento para captarlo y para incluirlo en la historia, o para ver cómo te acomodas vos a eso que no podés estipular en un guión. Me gusta que ese margen de azar o de error esté presente para desafiarme a mi mismo a repensar mis ideas.
Los Salvajes se vinculó mucho con el western y ésta (Muere, Monstruo, Muere) con el terror. ¿Eso fue pensado desde el principio o nació a medida que avanzaba la producción?
A mi me gusta el cine clásico. Me gusta el western y me gusta mucho el terror, entonces son puntos de partida, un poco lúdicos, infantiles, para ver cómo puedo yo hacer una propia versión o visión de aquellas películas clásicas que me gustaban. Pero no a modo de homenaje o copia, sino para tratar de entender la esencia de lo que me gusta del género y trabajar a partir de eso. Los Salvajes era un western pero un western invertido, porque si el western crece hasta construir una nación, Los Salvajes se iba disolviendo hasta destruir un relato (donde la palabra relato se estaba poniendo muy de moda en política). Y acá también implicó trabajar sobre el terror para agarrar aquellos elementos que son arquetípicos del género y entrar en ellos de otra manera, por ejemplo un psiquiátrico. Filmar un psiquiátrico real y ver qué tipo de medicamentos se usan para normalizar un psicótico: tomar con eso un rato en la película, que lo podes elipsar porque no es narrativo, pero es un elemento que a mi me interesaba que estuviera. Por eso la película abre algunos espacios de reflexión para otras cosas más allá de la historia.
Siguiendo con el tema del género, ¿qué autores te influenciaron para lograr este ‘Muere, Monstruo, Muere’?
El género de terror fue mi primer acercamiento a la cinefilia si se quiere. Entonces es como algo que está en la base de mi formación, incluso desde antes de que decidiera estudiar cine.Era ir al videoclub, estar pispeando el porno, y al lado del porno estaba el terror. Entonces como no te podías llevar porno, te llevabas una de terror. Y el terror incluso en los videoclubes no era lo mismo que ver cualquier película, porque el terror implicaba un ritual adolescente con los amigos de apagar las luces, de generar un ambiente, entonces simulaba una pequeña sala de cine en un pueblo donde la última película se pasó en el año 90 que fue Las Aventuras de Chatrán, o Mira Quien Habla… un cine que estaba desapareciendo, lograbamos inventarlo en la casa. Entonces fue un elemento importante en mi vida. Pero mis gustos de cine son más amplios. En este caso estoy jugando con el terror, pero del género me gustan los monstruos clásicos de Universal. Mi película favorita es Freaks de Tod Browning, que es una película que logra juntar el documental y la ficción en una época donde esos conceptos todavía no se pensaban, que fue muy difícil de estrenar. En donde el punto de vista está en los anormales, en los raros, en los “frikis”, ellos toman el poder de la narración. De ahí para adelante me gustan muchas cosas, me gustan los directores italianos, Mario Bava y Lucio Fulci, y me gusta mucho Carpenter y Cronenberg, sobre todo. Y de los últimos tiempos, para mi, una película de terror moderna que no asusta pero se vincula mucho con cierta idea del horror más que del terror es Hors Satan de Bruno Dumont, un cineasta francés. Después, he visto todas las atrocidades que se puedan imaginar. Así que no solo he visto cosas que están bien consideradas por la cinefilia internacional. He consumido productos de clase B. Pero en esta película traté de trabajar con ciertas ideas ligadas al género, no desde el bajo presupuesto o desde lo bizarro, sino que traté de hacer una película personal tomando de base las películas que me gustan.
¡Encontrarás AQUÍ la reseña de Fabricio Gallardo sobre la película!