
¿Qué buscamos de una experiencia cinematográfica? ¿Esperamos siempre lo mismo cuando entramos al cine? Estas dos simples preguntas me ayudarán a analizar lo que me paso antes, durante y después de salir de la sala en la que ví la última película de Edgar Wright. En este caso, y acostumbrados a la mezcla de géneros del director británico, nos encontramos con una película que utiliza elementos del cine de acción – más precisamente las persecuciones en cuatro ruedas -, el cine romántico más clásico, el musical, y la comedia para brindarnos una experiencia adrenalítica, con unos primeros minutos inolvidables, una secuencia de créditos musical que logra más con menos recursos que la del inicio de La La Land, y un segundo y tercer acto que disminuyen velocidad y no logran estar a la altura de la premisa inicial, simplemente porque esto sería imposible. Pero vamos por partes:
Pasado: el estreno de una película de Edgar Wright es un acontecimiento cinematográfico al que no estamos acostumbrados en Argentina. Ninguna de sus películas anteriores fueron estrenadas, no obstante contar todas con el aval de la crítica y buenas taquillas internacionales. En mi caso, particular había terminado de entrar en el universo de Wright con The World´s End, esa película juego apocalíptico que mezcla la aventura con zombies en un reencuentro de amigos de secundaria de un pueblo británico, pero que ya me había demostrado que era un gran jugador mezclando géneros en Shaun of the Dead – comedia y terror – y Scott Pilgrim vs the World – comedia romántica y cine de superhéroes. Las expectativas eran altas, en los tres casos había logrado sorprenderme. Lejos de los tópicos clásicos que uno puede esperar encontrarse, siempre pateaba el tablero del universo conocido para ofrecernos una cuota adicional de aquello que no habíamos pedido. Por otra parte, Baby Driver se había estrenado una semana antes en los cines norteamericanos y en buena parte de los cines europeos por lo que ya contábamos con la seguridad de que se trataba de una propuesta que había gustado al público – la mejor recaudación a la fecha para las películas del director – y que contaba con la mayoría de críticas positivas. La vara era alta.
Presente: Baby Driver se disfruta de principio a fin. Como esos caramelos de muchos gustos que no pierden el sabor hasta el último momento. La sensación de ver esta película en el cine, en copia subtitulada, es especial. Una música que arranca y no para – fundamentada en un problema auditivo del protagonista –, una mezcla casi perfecta entre secuencias de acción, comedia romántica, película de robos y persecuciones policiales, logran que sea difícil que nos dispersemos. Todo pasa muy rápido a otro plano. Y es que Baby Driver es hermosa desde lo visual, arriesgada desde su propuesta e inolvidable en la creación de ciertos momentos para la memoria cinéfila, pero no es perfecta. Sus problemas radican principalmente en la creación de sus personajes secundarios. Una película que apuesta tanto a lo visual, a lo técnico, a lo melómano, puede correr el riesgo de olvidarse de sus criaturas. Y esto es lo que ocurre. Exceptuando a sus dos personajes principales, Baby, el protagonista interpretado por un más que correcto Ansel Elgort y el personaje de Jon Hamm, complejo en su desborde de matices, el resto de los personajes están para ser funcionales a la historia. Y esto, que no tiene que ser necesariamente malo en principio, hace que el contraste se note demasiado. Sin ánimo de spoiler hay un pequeño engaño, un pequeño primer giro ni bien comienza la película, que me puede ayudar a explicarlo. En el momento del giro, el personaje que interpreta Kevin Spacey hace una afirmación, que pide ser explicada por que es la motivación para accionar del personaje de Baby. La película, en una acertada decisión de guión nunca nos explica este motivo. Pero sabemos que existe, que es real, que mueve al protagonista, y nosotros simples espectadores no esperamos ni necesitamos más. Esto no sucede con el resto de los personajes. No sabemos por que actúan como actúan, por qué se enamora el personaje de Lily James, por qué el personaje de Kevin Spacey hace lo que hace o deja de hacerlo, por solo dar un par de ejemplos. Y esto sí necesitamos saberlo porque sus acciones son las que definen el resultado de la película. No podemos esperar que un oso deje de atacar y se convierta en una mascota por que no está en su naturaleza ser una mascota, de la misma manera que no podemos esperar que una chica solitaria caiga enamorada o que un criminal muestre una humanidad que nunca había demostrado. Este pequeño gran descuido en sus criaturas le resta valor a una película que no deja de ser extremadamente disfrutable en su conjunto.
Futuro: La sensación de salir del cine y sumergirme en el “silencio” de un pasillo de un centro comercial formó parte de la experiencia de disfrutar Baby Driver en pantalla grande. Una película con tanta música –en un sentido amplio, amplísimo de la palabra – solo debería ser vista en cine, por que contesta las dos preguntas del inicio de la crítica. Cuando entramos al cine no siempre esperamos lo mismo, pero si buscamos vivir una experiencia cinematográfica única, particular. Baby Driver, lejos de ser una obra maestra, nos ofrece esa clase de experiencia.