
No me gustó La reina del miedo, pero no puedo decir que me dejó indiferente. Si salís del cine y seguís estando en la película, si al otro día te das cuenta que hay una escena que capaz te quiso contar otra cosa, si cuando escribís no dejas de pensar que hay decisiones arriesgadas que están ahí para incomodar, realmente ¿no te gustó la película?
La reina del miedo sigue los días previos al estreno de un unipersonal protagonizado por Tina, la que parece ser una estrella local, la actriz argentina con cierto aire de importancia que no mira ficciones pero llena salas, algo así como una Norma Aleandro más joven, o la misma Valeria Bertuccelli. Tina, nuestra reina del miedo, teme todo el tiempo. Si se corta la luz, si hay ruidos extraños en la casa, si la empleada amenaza con dejarla, si el estreno es muy próximo y ella no se siente preparada. Pero lo que realmente hace Tina durante toda la película es huir. No tomar decisiones, buscar excusas todo el tiempo para no hacerse cargo de las responsabilidades que les corresponde. Y hasta acá uno podría sentirse identificado con esta protagonista que se nota tiene tanto de Bertuccelli, como un poco de la Tana Ferro, como otro de la mayoría de los personajes que ha interpretado la actriz en cine. El problema es otro, o principalmente son dos. Dos problemas que hacen que no conectemos con la protagonista, omnipresente ella de modo tal que la película es Tina, y Tina es la película.
White People Problems Argentinian: La reina del miedo mira desde una vereda que muy difícilmente sea la del espectador promedio. De clase alta y burguesa, Tina no trabaja por necesidad, ni siquiera por amor, ni por desidia. Puede darse el lujo de tomar un avión para viajar a Copenhague de un día para el otro, y vivir en una casa con una mucama “cama adentro”, otra chica de la limpieza, un jardinero y un cuartel de ayudantes y asistentes, y tantas personas dando vuelta alrededor de ella, pero no necesariamente porque es una estrella, sino porque parece tener el dinero suficiente y ser “descuidada” con él (palabra que se utiliza en este sentido varias veces), y porque es extremadamente caprichosa. Primera distancia con la protagonista.
Tina no es empática. Si bien por momentos es graciosa en su descuido, irreverente en sus formas, atrevida en sus ocurrencias, es un personaje que constantemente irrita. Irrita de la manera que lo hacen las personas que quieren hacerse pasar por estúpidas para vivir mejor. Y esta Tina, esta forma de ser de la protagonista, crea otra distancia. Nos mantiene en su vereda, una vereda que, como ya dije y reitero, está lejos de ser la nuestra.
¿Entonces cuál es el problema real, el que aglutina estos dos problemas? El problema es que la película parece ser que comprende a Tina, que la abraza, que le resulta ser simpática. Esta decisión, que a días de haberla visto sigo sin entender si es buscada, hace que en todo momento uno se siente incómodo, y tal vez algo manipulado.
El tema, el TEMA, es que hay un par de escenas en los que parece que esta ingeniería, esta forma de entender a Tina, puede estar equivocada, podemos estar equivocados. Tina le compra a su amigo enfermo, que vive en Dinamarca pero con el que hace años no habla, una cadena, al parecer, carísima. La mira desde una vidriera, la vemos interesada, la mira con amor, la compra, se la regala. Cuando vuelve a Argentina, la cadenita estaba en uno de sus bolsillos. Ella llama a su amigo, sorprendida (es real, es una actuación) para preguntarle si él se la había colocado en el bolsillo. El amigo se había olvidado de la cadenita. Tina había comprado la cadenita para ella, desde el minuto uno. ¿Esto es así, o es una lectura? El amigo se va a morir, Tina, ya de regreso, no quiere actuar. Se siente mal, hace berrinches, lo usa de excusa. Lo usa de excusa como lo uso de excusa para no asistir a los ensayos, como usa de excusa su miedo para intentar levantarse al guardia de seguridad, como usa de excusa las inseguridades de su empleada para hacerlas propias y sacar ventaja. Tina es un personaje nefasto. Y la película en todo momento nos mira desde su vereda intentando ser condescendiente con ella, que sintamos simpática, que la entendamos, que nos divirtamos y lloremos, todo el tiempo nos está manipulando para hacernos cómplices de una persona que va por la vida no como estrella, sino como estrellada, usándolo en beneficio.
¿Esto es así, o lo que la película nos muestra son los peligros de caer en su juego? Todavía no lo sé, y tal vez allí radique el mayor logro de La reina del miedo. Que sintamos miedo a estar equivocados.