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Godless, de Scott Frank – Temporada 1

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El western bebe de la nostalgia. De ese mundo que es pasado, y que nunca volverá. Esa nostalgia, ese paraíso (desierto) perdido, sus reglas y sus habitantes, se respiran con arena y polvo en la comodidad de una sala de cine o en el sillón de la casa, como quien mira aquello que pudimos vivir pero que por una mera cuestión temporal ha sido vedado. Sin embargo no deja de ser pasado, está allí, si buscamos en los libros de historia, en antepasados de antepasados, en leyendas y cuentos relatados por abuelos. El western existe, como existe la nostalgia. Y cuando ese western se aprovecha de la nostalgia de lo no vivido, de lo heredado, y lo hace carne pueden darse hermosas historias como Godless.

En Godless hay una premisa un tanto mentirosa: es que es un western “de mujeres”, y es cierto que para este género, y justificado por el guión, en Godless hay más mujeres de lo que la norma indicaría. Porque en La Belle, un pueblo típico del lejano oeste americano, los hombres han muerto. Y son las mujeres las que manejan los hilos de un pueblo casi fantasma a la sombra de una mina de minerales que fue verdugo y muerte. Pero es mentirosa esta premisa en cierto punto porque son los hombres los que llevan la historia. Principalmente dos, Roy – Jack O´Donell – un fugitivo que huye de un pasado más que del peso de la ley (personaje mil veces visto en el western) y Frank Griffin – enorme Jeff Daniels – un villano como los que pocas veces viven, un poco guasón de Heath Ledger, humano en su maldad, en su extrema humanidad. Son ellos los que hacen que el engranaje se ponga en movimiento. Jack, misterioso y atractivo, huye y Frank lo busca desesperado, en un vendaval de muerte y sangre. Las mujeres de La Belle, son las frutillas de un postre que se sirve al final, en un séptimo capítulo adrenalítico, fuerte, violento, hermoso, inolvidable.

  • Photo by Ursula Coyote/Netflix

La Belle y sus mujeres, la prostituta que enseña, la esposa que se vio liberada y se puso los pantalones de su sexualidad, la artista que se pasea desnuda por un pueblo que no esconde sus miradas pero que no se atreve a juzgar, la madre india que perdió a su hijo como perdió su pasado en manos de otra historia que Godless no cuenta, son apenas un puñado de personajes femeninos fuertes a los que las series nos están – bien – acostumbrarnos a ver. Pero no son más que eso, un postre. La comida, lo que llena, está en otro lado.

Scott Frank, su creador, guionista y director, ya nos había demostrado a principio del año con esa película maravillosa que es Logan, de la que es guionista, que ama el western y que es capaz de transformar el final de una saga de superhéroes, bastante mediocre por cierto, en un western desgarrador, apocalíptico y final. En Godless redobla la apuesta y vuelve a sus orígenes y nos regala varias historias y muchos personajes, y una escena inolvidable, y creo no equivocarme, nunca vista en el universo seriefilo: aquella en la que Jack doma un caballo. Una escena que se puede darse el lujo de tomar el tiempo necesario para que el espectador pueda disfrutar de un baile entre un caballo y su domador con la adrenalina digna de una escena de acción pero con la belleza de una conquista. Esa escena, ese momento, esos minutos ya hacen de Godless una propuesta única. Después están las mujeres de La Belle, ese villano, la(s) historia(s) de amor, y un final memorable para remarcar aquello que se escribe con polvo y sudor en el primer capitulo, que Godless merece el viaje al lejano oeste, a la nostalgia.

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