
Luego de casi dos años desde la séptima temporada de Homeland, volvió la octava y última etapa de la serie creada por Alex Gansa y Howard Gordon. Con temores de los creadores dada la expectativa que genera una última entrega, y más luego de una séptima temporada tortuosa siempre al borde del colapso, volvieron Carrie Mathison (Claire Danes) y Saul Berenson (Mandy Patinkin). Dos nombres que a esta altura son sinónimos de estrés. Muertes, traiciones, romances, separaciones, golpes de estado, trolls de twitter, son sólo condimentos en este drama que siempre habló de una dinámica política con bases en la disidencia, las decisiones radicales, el terrorismo externo y el terrorismo de estado.
Homeland supo sobrellevar decisiones profundas de guión, catástrofes y crímenes de guerra, siempre con coyuntura, conciencia política, y una autocrítica que no suele verse ni siquiera en películas norteamericanas. Fue una de las pocas series que se animó a hablar del enemigo interno, de las debilidades del sistema y de los conflictos civiles y mediáticos de una caja de pandora como lo es la seguridad nacional de los Estados Unidos. No fue una serie de mero entretenimiento con comportamientos estereotipados ni frases célebres. Fue una serie sobre la crisis política constante y cambiante, de escala global, que tuvo como actores/agentes a personas con conflictos tan íntimos como los nuestros.
El recorrido hasta la octava temporada
Claire Danes, protagonista y productora ejecutiva de la serie comentó días antes del estreno de la temporada final, que podrán cerrarse arcos, pero Homeland siempre será el espacio para contar ciertas historias desde otra perspectiva, distinta al mero espionaje. Con o sin Carrie Mathison, tranquilamente podrían haber más relatos de este tipo, y Homeland es sin ninguna duda una base más que sólida para que surjan otras historias de distintos registros tal vez pero siempre conservando el mismo corazón: esa incertidumbre que nos desafía y nos pone siempre al borde.
La octava y última temporada es sin dudas la mejor. Primeramente, porque fue una serie que durante su adolescencia y alcanzada su adultez, siempre fue consciente de su comienzo. Un comienzo que podría remontarse a los 8 años de cautiverio de Nicholas Brody, o bien al 11 de septiembre, fecha y acontecimiento que no hizo más que resetear y recargar un enfrentamiento entre dos cuerpos militares peligrosísimos: USA y el Al Qaeda. Por otro lado, porque para dotar de cierto realismo, los showrunners Alex Gansa y Howard Gordon contaron con el asesoramiento permanente de ciertas oficinas como la CIA, que sirvieron para perfeccionar todo lo que vimos reflejado en la serie como el trabajo del sector de contraterrorismo. Un sector que lejos de estar conformado por héroes o excombatientes, siempre estuvo manejado por mentes brillantemente retorcidas con oscuros secretos personales y profesionales. Ahí es donde la bipolaridad de Carrie Mathison se convirtió en un tema de discusión en distintas esferas.
Otro aspecto que fue clave para el moderado suceso de la serie fue el compromiso de sus dos intérpretes y ejes centrales de toda la historia como Danes y Patinkin, que se involucraron de lleno también en la producción ejecutiva de la serie, y fueron rigurosísimos en el cuidado de sus personajes evaluando qué comportamientos y decisiones eran dignos de Carrie y Saul respectivamente, y dirigiendo también el rumbo de cada uno conservando la sanguinidad y la intensidad característica de ambos.
Uno de los beneficios de no tener una audiencia masiva y global como otras series, ya que fuera de USA siempre se transmitió en en diferido, fue el de no apoyarse sobre predicciones y teorías para los giros que la historia iba tejiendo en el semana a semana. Cada domingo Homeland sirvió un cóctel de brotes nerviosos y de inteligencia internacional cruzada que a lo largo de 9 años fue elevando el nivel de complejidad.
Homeland tuvo que sacrificar muchos arcos y encontrarse con el final de muchos ejes. Y en esta última temporada tuvimos un comienzo crítico ya que no sabíamos qué Carrie nos íbamos a encontrar, ni qué Presidente iba a administrar ese inminente acuerdo de paz con las fuerzas talibanes que ocupaban las fronteras de Pakistán y Afganistán, ni mucho menos qué se traía entre manos Rusia con -su agente de inteligencia equivalente a Carrie- Yevgeny Gromov (Costa Ronin). Aún así, con el 90% de la temporada situada en Kabul y la frontera con Pakistán, Carrie y Saul se posicionaron nuevamente como las cabezas más idóneas para el manejo de los conflictos, sin que eso implique necesariamente resolverlos, ya que parte de la gracia de Homeland es contar esa guerra ideológica y política sin fin.
Más allá de la información y del análisis que podamos hacer sobre los núcleos narrativos de cada temporada, lo más importante del cierre es la emocionalidad y el ímpetu que dejaron Claire Danes y Mandy Patinkin en lo actoral, y cómo revistieron a sus personajes de eso en un vínculo tan estrecho como desgarrador. Son dos performances actorales que estuvieron siempre en otra escala pero en particular en este final sobrepasaron las expectativas entregando lo mejor, convirtiéndose en dos íconos en una historia de este registro y con esta temática.
Sobre el final
Alex Gansa en una entrevista con Deadline contó cómo durante el final de la séptima temporada comenzaron a planificar la octava sabiendo que esa debía ser la última, incluso en contra de sus deseos. En el reportaje reveló que si bien el final siempre fue uno, la idea de un libro escrito por Carrie surgió 24 horas antes de filmar la escena en la que está Saul recibiendolo, algo que de haberse pensado años antes como un destino al cual llegar, no hubiese tenido la fluidez que la secuencia reflejó.
La serie planta un plotline o tesis en el primer episodio de la primera temporada que es el de “Un soldado americano se pasó de bando”. Ese mismo plotline es retomado para hacer que la historia complete un círculo, con la principal característica de esa figura redonda: allí donde todo termina, vuelve a comenzar. Ese, que fue el punto de partida, es el mismo punto al que llegamos después de dar una vuelta. Sin más, una metáfora sobre la relación entre la inteligencia y la guerra, cruzados por el paradigma de la dinámica política, tan siniestra como poética. Y podría decirse hasta una metáfora un tanto profética de una norteamérica que siempre manipuló peones para justificar el exhibicionismo burdo de su poder armamentista y comercial. Alex Gansa contó que la idea para el final fue dejar a Carrie allí donde estuvo Nicholas Brody, donde toda esta historia surge.
Vimos en Brody (Damian Lewis) a un marine convertido, conflictuado por el choque de ideales, enamorado de una realidad revolucionaria, condenado por una familia destruida y desmembrada, y ejecutado en la clandestinidad. Vimos en Peter Quinn (Ruper Friend) a un ex combatiente abandonado en su desquicie, y que se entregó por amor a una patria que nunca lo protegió. También vimos en Saul a un eterno pensador y constructor de estrategias, que intentó tener una vida personal sin éxito, y que fracasando en sus esfuerzos por conseguir la paz, se entregó a la dinámica comercial del enfrentamiento.
Vimos en Carrie una madre, siendo la peor (al borde del colapso) y al mismo tiempo siendo la mejor (abandonandola). En el contexto de su historia, dejar a Franny era lo mejor y lo peor que podía pasarle tanto a Carrie como a ella. Ese peso con el que crecerá Franny por la madre y el padre que le tocó, es algo que no se puede explicar del todo bien: dos padres signados por la tragedia, la historia, y la guerra en pleno siglo XXI, como si estuviésemos hablando de mediados del siglo XX y la segunda guerra mundial. Ese legado es una historia sumamente realista y coyuntural: ser hijos de una inteligencia perdida y de un deseo por justificar la guerra.