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The Deuce, de George Pelecanos y David Simon – Temporada 1

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Hay algo que sé, y de lo que estoy seguro. El sexo lo es todo.

New York. 1970. La calle 42 – también conocida como The Deuce – es el hogar de una galería de personajes que incluye prostitutas y proxenetas, bartenders y camareras, oficinistas que salen a buscar sexo y mujeres que pasean a sus perros, vendedores de diarios y revistas y de hot dogs. Es el escenario que nos muestra una Nueva York habitada por el sexo, que vive para el sexo. Un sexo sucio, sin amor, exento de continuidad, o por lo menos en la 42. Este escenario promete ir mutando con el desarrollo de las temporadas, para mostrar los inicios de la industria de la porno (algo que se muestra muy poco en la primer temporada) y de cómo este cambio afecta a sus protagonistas. Y es en sus protagonistas en los que se respalda The Deuce. Una serie coral, en la que destacan James Franco con su doble personaje – el encargado de un bar y su hermano conflictivo – y Maggie Gyllenhaal – una prostituta emprendedora e independiente -, pero que no se olvida de una gran cantidad de secundarios que no son tales, y que respiran el aire nostálgico y sententoso con el que The Deuce nos conquista.

En una escena Candy – el personaje de la prostituta que interpreta Maggie Gyllenhaal – intenta tener una cita “normal”, lo que significaría para una prostituta sin intercambio de dinero. El hombre elegido es un hombre gris, que no se destaca por nada en especial, y ella a todas luces se muestra interesada pero no enamorada. Su personaje es un personaje abatido, una luchadora que no espera nada de la vida, o del amor, pero que no deja de buscar. Vemos como tienen un par de citas, como ella se siente algo incomoda, la relación sexual, la despedida en la mañana, la promesa de volverse a ver. Pensamos que el personaje masculino tendrá continuidad, no hay nada que nos indique lo contrario. Unas escenas más adelante Candy es brutalmente atacada y desfigurada por un cliente. Y en el capítulo siguiente ella ya no luce cicatrices tan pronunciadas, y el interés romántico no vuelve aparecer. De esta clase de elipsis vive The Deuce. Y explica un poco que tipo de serie es: una serie que no subestima al espectador y le pide que en el juego llene los huecos (si quiere) por que nadie le va a explicar tanto, y también una serie que se toma su tiempo en la construcción de sus criaturas, a las que dota de personalidad, de voces, de físico pero de a capas, como una cebolla. Nada esta sobreexpuesto. Lo único que esta construido desde el principio es el universo, esas calles sucias de una New York nocturna y distinta, y siempre hermosa, de los años 70´s

Darlene, es una puta que lee en sus ratos libres. Mientras espera un cliente, mientras el cliente duerme. En el almuerzo, mientras sus compañeras charlan. Abby es una chica de familia bien, que deja la universidad por que no le brinda las emociones que quiere para su vida, y termina siendo camarera en el bar que administra el personaje de James Franco. Abby y Darlene en principio no tienen nada en común. Salvo dos escenas: una en la que Abby la ve leer una novela y se arrima a preguntarle si le gusta leer, que lee. Otra en la que Abby se siente desilusionada por un comportamiento de Darlenne. Entre esas escenas, que transcurren en distintos capítulos de los ocho que tiene la primera temporada, ha pasado un mundo en la “amistad” de estas mujeres. Y nosotros, testigos fieles y ausentes de este universo distante, somos quien tenemos que entender en las miradas, en los silencios, en los gestos que es lo que ha sucedido. Otro ejemplo del compromiso que la serie le pide al espectador. Por que The Deuce es una serie que se compromete, y que compromete a quien intente entrar en el universo que nos muestra.

Hermosa en su puesta en escena, jugada en un guion que oculta más de lo que explica, la nueva propuesta de HBO tiene más en común con The Wire o Los Sopranos que con las historias más populares que tanto dinero les han hecho embolsar como Game of Thrones o Westworld. The Deuce no es una propuesta masiva, no busca satisfacer al espectador con juegos artificiales. Exige un paladar más atento, más experimentado. Y es un enorme placer que HBO siga apostando fuerte en este juego en un mercado cada vez más polarizado pero en el que abunda la televisión chatarra y las propuestas de formula.

 

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